Pecado Heredado: Un Análisis Teológico Comparativo de las Perspectivas Cristiana y Judía

Resumen

Este artículo examina los marcos teológicos contrastantes del cristianismo y el judaísmo respecto a la doctrina del pecado heredado. El cristianismo afirma que toda la humanidad comparte una naturaleza caída debido a la transgresión de Adán y Eva, lo que hace necesaria la redención a través de Cristo. El judaísmo, en cambio, niega la culpa heredada, enfatizando la responsabilidad individual y la pureza inherente al nacimiento humano. Utilizando pasajes clave de las Escrituras (Génesis 3; Salmo 51:5; Romanos 3:23; Ezequiel 18:20), estudios de lenguas originales y teología histórica, este estudio explora las raíces de estas perspectivas. Asimismo, considera la ruptura decisiva del apóstol Pablo con su trasfondo farisaico y argumenta que su doctrina sobre la condición caída de la humanidad refleja una revelación divina de Cristo mismo.


Introducción

El concepto de pecado está en el centro tanto del cristianismo como del judaísmo, pero estas dos tradiciones de fe divergen profundamente en cuanto a su origen y transmisión. El cristianismo enseña que la humanidad hereda una condición caída del pecado de Adán y Eva en el Edén, lo que resulta en una necesidad universal de redención. El judaísmo, en contraste, rechaza la idea de una pecaminosidad heredada. En cambio, afirma que los seres humanos nacen moralmente puros y se convierten en pecadores solo a través de sus propias elecciones.

Esta división teológica no es un punto menor. Da forma a la comprensión que cada tradición tiene de la naturaleza humana, la responsabilidad moral y el camino hacia la reconciliación con Dios. Para los cristianos, abordar estas diferencias no es solo un ejercicio académico sino también una necesidad pastoral que profundiza nuestra apreciación por la afirmación radical del Evangelio: Cristo, y solo Él, remedia la necesidad más profunda del corazón humano.

I. La Doctrina Cristiana del Pecado Heredado

A. Fundamentos Bíblicos: La Quebrantada Condición Humana

La comprensión cristiana del pecado heredado comienza en Génesis 3, donde la desobediencia de Adán y Eva introduce la muerte y el distanciamiento en la existencia humana. Pablo resume más tarde esta realidad teológica en Romanos 5:12 (NBLA):

“Por tanto, tal como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y la muerte por medio del pecado, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron.”

Aquí, la palabra “pecado” traduce el griego hamartía (ἁμαρτία), que significa “errar el blanco” o “quedarse corto”. En este contexto, no se refiere meramente a actos pecaminosos, sino a una condición generalizada: una quebrantamiento interior heredado por toda la humanidad.

David, en el Salmo 51:5 (NBLA), lamenta esta realidad:

“He aquí, yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre.”

El término hebreo para “iniquidad” es avón (עָוֹן), que a menudo se traduce como “perversidad”. Connota una distorsión moral o torcedura en la naturaleza humana que precede a las elecciones personales.

De igual manera, Pablo declara en Romanos 3:23 (NBLA):

“Por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios.”

La frase “no alcanzan” proviene del griego hystereó (ὑστερέω), que significa “carecer” o “estar en déficit”. Describe un estado continuo de quedar corto ante el glorioso estándar de Dios, no una falla aislada.

B. Una Perspectiva Evangélica Amplia

Dentro de la teología evangélica, el pecado heredado se entiende como una condición universal que inclina a cada corazón humano lejos de Dios. Esto no significa que las personas sean tan malas como podrían ser, sino que ninguna parte de la vida humana—pensamientos, emociones o acciones—queda sin el impacto de la caída. Así, todos necesitan gracia divina, no simplemente mejora moral.

Esta perspectiva preserva tanto la dignidad de la responsabilidad humana como la sobria verdad de nuestra necesidad compartida de salvación.

II. La Perspectiva Judía: Responsabilidad Individual y Capacidad Moral

A. Énfasis Escriturístico en la Responsabilidad

El judaísmo aborda la narrativa de Génesis 3 de manera diferente. Aunque reconoce el pecado de Adán y Eva como significativo, no cree que su culpa se transmita a sus descendientes. En cambio, los humanos son vistos como nacidos moralmente neutrales, plenamente responsables de sus propias acciones.

Ezequiel 18:20 (NBLA) ilustra esta creencia fundamental:

“El alma que peque, esa morirá. El hijo no cargará con la iniquidad del padre, ni el padre cargará con la iniquidad del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la maldad del impío será sobre él.”

La palabra “iniquidad” aquí traduce el hebreo chet (חֵטְא), que describe fallas individuales, no una condición hereditaria.

B. Perspectivas Rabínicas y Filosóficas

El judaísmo rabínico enseña que cada ser humano posee un yetzer ha-tov (inclinación al bien) y, más tarde en la vida, desarrolla un yetzer ha-ra (inclinación al mal). Según el Talmud (Berajot 60b), estas inclinaciones son parte de la capacidad moral humana, no signos de corrupción innata.

El Rabino Neil Gillman escribe en The Jewish Approach to God:

“El judaísmo afirma la bondad esencial de la creación y rechaza la noción de que los seres humanos nacen con una naturaleza pecaminosa. Cada persona es responsable de su propia conducta y es capaz de arrepentirse y volver” (Gillman, 2003, p. 52).

Maimónides refuerza esta idea, enseñando que Dios dotó a la humanidad de libre albedrío, haciendo que cada individuo sea plenamente responsable de su justicia o maldad.

III. La Ruptura de Pablo con Su Herencia Judía: Revelación Divina en Cristo

El cambio radical de Pablo en su comprensión del pecado plantea una pregunta profunda: ¿Por qué un hombre formado en la tradición farisaica, entrenado bajo Gamaliel (Hechos 22:3), abandonaría la perspectiva judía sobre el pecado y adoptaría la idea de que la humanidad comparte una naturaleza caída?

Los escritos de Pablo revelan una transformación teológica demasiado profunda para ser explicada únicamente por el razonamiento intelectual o la exposición al pensamiento grecorromano. Como fariseo, Pablo habría sostenido la creencia en la responsabilidad personal, coherente con Ezequiel 18. Sin embargo, en sus epístolas, Pablo habla constantemente del pecado como una condición universal heredada de Adán.

La única explicación adecuada es que la comprensión de Pablo provino de una revelación divina directa. Después de su encuentro con Cristo en el camino a Damasco (Hechos 9), Pablo no consultó de inmediato con carne y sangre, sino que pasó tiempo en Arabia, recibiendo instrucción del Cristo resucitado (Gálatas 1:11–12, 15–17). Escribe:

“Pues ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino que me llegó por revelación de Jesucristo” (Gálatas 1:12, NBLA).

Es razonable concluir que Cristo mismo reveló a Pablo la profundidad de la condición caída de la humanidad y la necesidad de redención a través de Su obra expiatoria. Así, Pablo se convierte en el vaso escogido para articular una doctrina clara y inspirada por el Espíritu sobre el pecado y la salvación para la Iglesia.

IV. Implicaciones Teológicas y Pastorales

A. La Condición Humana Reconsiderada

El énfasis del judaísmo en la agencia moral proporciona una visión noble del potencial humano. Sin embargo, el cristianismo ve la universalidad del pecado no solo en actos externos, sino como una condición del corazón. Esta distinción conduce a caminos divergentes: el judaísmo hacia el arrepentimiento y la vida ética, el cristianismo hacia la gracia y la transformación.

B. Cristo: El Remedio Para el Pecado Heredado

La enseñanza de Pablo señala a Cristo como la única solución. En Romanos 5:19 (NBLA) escribe:

“Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de Uno los muchos serán constituidos justos.”

La palabra “constituidos” traduce el griego kathístēmi (καθίστημι), que significa “nombrar” o “establecer”. A través de Adán, la humanidad fue colocada bajo el dominio del pecado; a través de Cristo, los creyentes son establecidos en justicia.

Conclusión

El cristianismo y el judaísmo presentan dos respuestas fundamentalmente diferentes al problema más profundo de la humanidad. El judaísmo confía en el arrepentimiento y la resolución moral; el cristianismo insiste en la necesidad de la intervención divina. La ruptura de Pablo con su herencia judía no es una traición, sino su cumplimiento, revelado en Cristo y señalando al alcance universal del Evangelio.

Para los cristianos, esta doctrina subraya que Cristo no solo perdona nuestros pecados; Él restaura a la humanidad caída, ofreciendo nueva vida. Solo en Él se reescribe la historia humana: no en el fracaso de Adán, sino en el triunfo de Jesús.

Bibliografía

Gillman, Neil. The Jewish Approach to God: A Brief Introduction for Christians. Woodstock, VT: Jewish Lights Publishing, 2003.

Maimónides, Moisés. Guía de los Perplejos. Traducido por M. Friedländer. Nueva York: Dover Publications, 1956.

El Talmud Babilónico. Traducido por Isidore Epstein. Londres: Soncino Press, 1935.

La Santa Biblia, Nueva Biblia de las Américas. Miami, FL: Editorial Vida, 2018.

La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. Grand Rapids, MI: Zondervan, 2011.

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