Este artículo explora las tradiciones rabínicas que sugieren que el rey David pudo haber nacido fuera de los límites de un matrimonio del pacto y las implicaciones de tales perspectivas para las concepciones judías y cristianas del pecado. Basándose en fuentes talmúdicas y midráshicas, contrasta el rechazo del judaísmo al pecado heredado (ḥet yirusha) con la doctrina paulina del pecado original. La discusión sitúa la posible marginación de David dentro del motivo bíblico más amplio de cómo Dios exalta a los humildes. También traza paralelos cristológicos entre el rechazo social de David y las sospechas en torno al nacimiento de Jesús. Al interactuar con las tradiciones interpretativas judías, el artículo argumenta que esto puede enriquecer la comprensión cristiana, mientras se afirma la necesidad de la expiación en Cristo.
Introducción
El rey David es una de las figuras más celebradas en la historia bíblica, venerado como el poeta de Israel, el valiente guerrero-rey y el progenitor del Mesías. Sin embargo, su historia de vida no solo está marcada por el favor divino, sino también por momentos de profunda alienación y escándalo. Mientras que los lectores cristianos suelen enfocarse en las faltas morales de David—su pecado con Betsabé y el censo del pueblo—las tradiciones rabínicas destacan una controversia anterior y más sorprendente: la posibilidad de que David mismo haya nacido en circunstancias que pusieron en duda su legitimidad dentro de la comunidad del pacto.
Aunque esta idea no se declara explícitamente en la Biblia hebrea, encuentra sus raíces en lecturas interpretativas de textos clave como Salmos 51:5, 69:8 y la narrativa de 1 Samuel 16. Los exegetas judíos, empleando una hermenéutica sensible a las dinámicas familiares y sociales del antiguo Israel, han sugerido que el aislamiento de David y las sospechas que soportó en su juventud no fueron accidentales, sino indicativos de un rechazo social más profundo. Tal lectura no resta importancia a la figura de David; más bien, se alinea con un motivo bíblico recurrente: la elección divina de los marginados y despreciados para cumplir sus propósitos.
Las implicaciones teológicas de esta interpretación van más allá de la biografía de David. Se cruzan con cuestiones más amplias sobre la naturaleza humana y el pecado. El judaísmo enseña que los individuos nacen moralmente neutrales, poseyendo bechirah chofshit (libre albedrío) para elegir el bien o el mal, y rechaza la noción del pecado heredado. Por el contrario, el cristianismo afirma la doctrina del pecado original, sosteniendo que la naturaleza pecaminosa de la humanidad es consecuencia de la transgresión de Adán y que la redención divina en Cristo es necesaria. Estas perspectivas divergentes influyen en cómo los intérpretes comprenden los salmos atribuidos a David y cómo conceptualizan la alienación humana de Dios.
Este artículo tiene como objetivo examinar la tradición rabínica sobre el nacimiento de David, analizar sus fundamentos escriturales, contrastar las doctrinas judías y cristianas del pecado, y explorar la resonancia teológica entre el rechazo social de David y las sospechas que rodearon el nacimiento de Jesús. Al hacerlo, argumenta que interactuar con las perspectivas judías puede enriquecer la reflexión teológica cristiana, sin dejar de afirmar el compromiso con la doctrina apostólica.
I. Tradiciones Rabínicas sobre el Nacimiento de David
A. El Marco Talmúdico
El Talmud Babilónico, particularmente en Yevamot 76b–77a, presenta una narrativa sorprendente que sugiere que la legitimidad del rey David fue un punto de controversia incluso dentro de su propio hogar. Isaí (Yishai), el padre de David, es retratado como un hombre justo y de gran piedad, pero atormentado por dudas sobre su ascendencia moabita a través de Rut. Deuteronomio 23:3 declara:
“No entrará amonita ni moabita en la congregación de Jehová; ni hasta la décima generación no entrarán en la congregación de Jehová para siempre.”
Aunque los fallos rabínicos posteriores aclararon que esta prohibición se aplicaba únicamente a los moabitas varones, basándose en la forma de género del hebreo (Moavi), Isaí permaneció inseguro y temía que su linaje pudiera estar contaminado.
El Midrash Tehillim sobre el Salmo 118 amplifica esta tensión al relatar la decisión de Isaí de separarse de su esposa, Nitzevet bat Adael, para evitar perpetuar lo que percibía como una línea cuestionable. Isaí planeaba concebir un hijo con una concubina, creyendo que esto garantizaría la aceptabilidad halájica de sus descendientes. Nitzevet, al darse cuenta de este plan y buscando preservar su vínculo con su esposo, supuestamente se intercambió con la concubina la noche de la concepción, reflejando la narrativa del engaño de Lea y Raquel en Génesis 29. Como resultado, concibió a David. Para la comunidad, sin embargo, la situación parecía escandalosa, y los rumores de infidelidad empañaron la reputación de Nitzevet. David nació bajo una nube de sospecha y fue tratado como un mamzer (un hijo nacido de una unión prohibida), una etiqueta que conlleva severas implicaciones sociales y legales en la ley judía.
Esta supuesta ilegitimidad impactó profundamente la vida temprana de David. Según las fuentes rabínicas, los otros hijos de Isaí se distanciaron de David, tratándolo no como un hermano, sino como un sirviente. Le asignaron tareas de pastoreo lejos del hogar familiar, una labor a menudo romantizada en la literatura bíblica pero que aquí representa rechazo y exclusión. En la sociedad israelita antigua, el pastoreo era una tarea humilde, frecuentemente relegada a personas de bajo estatus social o incluso a trabajadores contratados. Para David, pudo haber simbolizado no la tranquilidad pastoral, sino el exilio familiar.
La narrativa de la visita de Samuel para ungir a un rey en 1 Samuel 16 subraya aún más este tema. Isaí presentó a sus siete hijos mayores, omitiendo por completo a David. Solo cuando Samuel preguntó: “¿Son estos todos tus hijos?”, Isaí mencionó a su hijo menor con evidente desdén: “Queda aún el menor, y he aquí que apacienta las ovejas” (v. 11). La palabra hebrea qatan (קָטָן), traducida como “menor”, también puede implicar insignificancia o falta de dignidad, lo que sugiere la renuencia de Isaí a reconocer a David como un heredero legítimo. Esta omisión, vista a través del lente rabínico, refuerza la noción de la marginación de David dentro de su propia familia.
Esta narrativa talmúdica y midráshica ilustra cómo las percepciones comunitarias de legitimidad y pureza podían moldear profundamente los destinos individuales en el antiguo Israel. Aunque estos relatos no son canónicos, su presencia en la tradición judía refleja un intento de enfrentar la paradoja de la elección divina: ¿Cómo pudo Dios escoger como el mayor rey de Israel a un hombre cuyo propio nacimiento estaba bajo sospecha? La respuesta radica en el tema bíblico recurrente de que Dios exalta a los humildes y usa a los rechazados para cumplir sus propósitos.
B. Claves Escriturales y Patrones Literarios
El texto bíblico, aunque guarda silencio sobre los detalles precisos del nacimiento de David, contiene indicios sutiles que se alinean con la interpretación rabínica de su marginación. Uno de los más convincentes se encuentra en el Salmo 69:8:
“Extraño he sido para mis hermanos, y desconocido para los hijos de mi madre.”
Los términos hebreos utilizados aquí, zar (זָר – “extraño”) y nokhri (נָכְרִי – “desconocido” o “extranjero”), llevan fuertes connotaciones de enajenación y exclusión. Más que denotar un simple conflicto familiar, estas palabras sugieren un nivel más profundo de rechazo, potencialmente reflejando el estatus social de David tal como era percibido por su familia y comunidad. Los comentaristas judíos a menudo ven este versículo como autobiográfico, interpretándolo como el lamento de David por el trato recibido de aquellos más cercanos a él.
Otro versículo clave es el Salmo 51:5, que declara:
“He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.”
Mientras que los exegetas cristianos—especialmente dentro de la tradición agustiniana—han interpretado históricamente este pasaje como evidencia del pecado original, las interpretaciones judías difieren marcadamente. Muchos rabinos sugieren que David se refiere no a una condición humana universal, sino a las circunstancias particulares de su concepción. Si el embarazo de Nitzevet estuvo rodeado de escándalo, las palabras de David podrían reflejar su conciencia personal de la vergüenza y las sospechas arrojadas sobre él desde su nacimiento. Esta lectura subraya la realidad cultural en el antiguo Israel, donde las cuestiones de linaje y legitimidad tenían un enorme peso social y religioso.
La narrativa en 1 Samuel 16 refuerza aún más la impresión de la marginación de David. Cuando Samuel llega a Belén para ungir a un nuevo rey, Isaí reúne a sus hijos pero excluye a David de la reunión. Solo después de que Samuel pregunta: “¿Son estos todos tus hijos?”, Isaí admite la existencia de David:
“Queda aún el menor, y he aquí que apacienta las ovejas” (v. 11).
La palabra hebrea qatan (קָטָן), aunque denota al hijo menor en edad, también puede implicar insignificancia o falta de valor. Este doble significado amplifica la posibilidad de que la omisión de David no haya sido un simple descuido práctico, sino un acto deliberado que reflejaba su estatus percibido dentro de la familia.
Además, el Salmo 27:10 ofrece una reflexión conmovedora:
“Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá.”
Si bien muchos comentaristas leen este versículo en sentido metafórico, los exegetas judíos a menudo lo toman de manera más literal, vinculándolo con las primeras experiencias de rechazo familiar de David. Si David realmente creció bajo la sombra de sospechas sobre su paternidad, este versículo puede entenderse como una expresión de confianza profunda en la aceptación divina frente al abandono humano.
Tomados en conjunto, estos pasajes escriturales, leídos a través del lente de la interpretación rabínica, pintan un retrato de un joven moldeado por la exclusión y la incomprensión. Revelan a un David cuya intimidad espiritual con Dios pudo haberse forjado no en los salones del privilegio, sino en el crisol del rechazo. Esta perspectiva se alinea con un patrón bíblico más amplio: la elección divina del candidato menos probable—ya sea José, el hijo menor de Jacob; Moisés, el fugitivo tartamudo; o David, el pastor sospechoso de ilegitimidad.
II. Visiones Judías y Cristianas sobre el Pecado Heredado
A. La Visión Judía del Pecado y la Inocencia
La comprensión judía de la naturaleza humana difiere fundamentalmente de la cristiana, particularmente en lo que respecta al concepto de pecado heredado. La tradición judía afirma que los seres humanos nacen b’tzelem Elohim (“a imagen de Dios”), poseyendo una dignidad inherente y una neutralidad moral. A diferencia de la teología cristiana, que ve a la humanidad corrompida por la caída de Adán, el judaísmo enseña que cada persona comienza la vida libre de culpa y está dotada de la capacidad de bechirah chofshit (libre albedrío) para elegir entre el bien y el mal. El Talmud (Berajot 60b) subraya esta creencia, señalando que un niño nace sin mancha moral y solo adquiere el yetzer ha-tov (inclinación al bien) y el yetzer ha-ra (inclinación al mal) a medida que madura.
Este énfasis en el libre albedrío se refuerza en Ezequiel 18:20, que declara:
“El hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.”
Los exegetas judíos interpretan esto como una refutación directa de cualquier noción de culpa generacional o de pecaminosidad congénita. Cada individuo es responsable de sus propias acciones, y la justicia divina no imputa los pecados de los padres a los hijos. En este marco, el lamento de David en el Salmo 51:5—“He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”—no se lee como una confesión universal del pecado original, sino como una expresión personal del estigma social que rodeó su concepción.
Además, el enfoque del judaísmo en la teshuvá (arrepentimiento) subraya su antropología. Dado que los individuos no nacen depravados, el arrepentimiento se considera un proceso de regreso a la bondad inherente, en lugar de superar una corrupción heredada. El Midrash (Deuteronomio Rabá 2:24) observa que Dios creó a los humanos con ambas inclinaciones para probar su rectitud, pero nadie está predestinado al fracaso. Esto contrasta marcadamente con las visiones agustinianas del pecado original, que postulan una corrupción radical de la voluntad humana que requiere la gracia divina para cualquier acción justa.
La posible marginación de David, por lo tanto, no habría sido interpretada por los pensadores judíos como evidencia de una pecaminosidad intrínseca, sino más bien como resultado de circunstancias externas—específicamente, la percepción comunitaria sobre la supuesta impropiedad de su madre. Tal interpretación refuerza el énfasis judío en las dinámicas sociales y la responsabilidad moral individual, en lugar de una caida ontológica heredada de Adán.
B. La Doctrina Paulina del Pecado Original en Romanos
La teología cristiana, particularmente la articulada por Pablo, ofrece una visión contrastante de la naturaleza humana. En Romanos 5:12, Pablo escribe:
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.”
Este versículo forma la piedra angular de la doctrina del pecado original, afirmando que la transgresión de Adán resultó en la corrupción de la naturaleza humana misma. Todos los descendientes de Adán heredan una inclinación hacia el pecado, lo que hace a la humanidad incapaz de lograr la justicia aparte de la intervención divina.
Esta antropología se desarrolla aún más en Romanos 7, donde Pablo describe el conflicto interno entre el deseo de hacer el bien y el poder del pecado que mora en el ser humano:
“Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.” (v. 19).
Esta tensión subraya el alcance penetrante del pecado en la existencia humana y la necesidad de la obra redentora de Cristo para restaurar la relación fracturada entre Dios y la humanidad.
La doctrina del pecado original fue formalizada en los escritos de Agustín de Hipona, quien se basó ampliamente en las epístolas paulinas. Agustín argumentó que la voluntad humana estaba tan completamente corrompida por la Caída que solo la gracia de Dios podía permitir a una persona elegir el bien. Esta visión, transmitida a través del cristianismo occidental, moldeó siglos de reflexión teológica y sigue siendo central para la mayoría de las formulaciones protestantes y católicas de la soteriología.
Pablo afirma que esta comprensión del pecado no fue meramente producto de un razonamiento filosófico, sino una revelación recibida directamente de Cristo:
“Pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.” (Gálatas 1:12).
Para los cristianos, por lo tanto, la universalidad del pecado no es una doctrina especulativa sino una verdad revelada esencial para comprender el evangelio.
La divergencia entre estos dos marcos—el enfoque judío en el libre albedrío y el énfasis cristiano en el pecado heredado—ofrece un telón de fondo fascinante para leer los salmos de David. Donde los intérpretes judíos ven el Salmo 51:5 como un lamento por el juicio social, los teólogos cristianos a menudo lo interpretan como un clamor desde lo profundo de la corrupción original, anhelando la renovación divina. Esta diferencia resalta cómo las presuposiciones teológicas moldean la interpretación de textos sagrados compartidos.
III. Leer las Escrituras a Través de un Lente Judío
A. Beneficios de la Hermenéutica Judía para la Teología Cristiana
Interactuar con la hermenéutica judía proporciona a los lectores cristianos una corrección valiosa a ciertos puntos ciegos interpretativos. Las Escrituras hebreas, conocidas en la tradición judía como el Tanaj, fueron escritas en un contexto cultural, lingüístico e histórico específico. La exégesis judía—particularmente los enfoques midráshicos y talmúdicos—preserva capas de significado que a menudo pasan desapercibidas para los lectores cristianos posteriores, quienes tienden a abordar el texto a través de categorías filosóficas grecorromanas. Al leer los Salmos con ojos judíos, se recuperan las realidades vividas de figuras como David, cuyos lamentos poéticos pueden haber sido moldeados no solo por abstracciones teológicas, sino por experiencias tangibles de rechazo, tensión familiar y estigma social.
Este enfoque también resalta las dimensiones comunitarias y relacionales del texto bíblico. En el pensamiento judío, la comunidad del pacto sirve como el locus primario de identidad y formación moral. Así, la posible exclusión de David de las reuniones familiares y su asignación a tareas de pastoreo no son detalles incidentales, sino pistas sobre su posición dentro de la familia del pacto. Leer 1 Samuel 16 con esta sensibilidad sugiere que la omisión de David por parte de Isaí puede reflejar más que un simple descuido; podría ser una manifestación de las sospechas persistentes sobre su nacimiento.
Al mismo tiempo, la interpretación judía a menudo resiste la tendencia a universalizar las experiencias individuales. Mientras que la teología cristiana tiende a extrapolar de los lamentos de David una doctrina de depravación humana universal, las lecturas judías suelen situar estos textos en el contexto histórico y biográfico específico de la vida de David. Esta perspectiva permite una comprensión matizada de textos como el Salmo 51:5 y el Salmo 69:8, que pueden combinar confesión personal con reflexiones sobre la marginación social injusta.
B. Precauciones y Límites Teológicos
Aunque el lente judío ofrece perspectivas valiosas, los cristianos deben abordarlo con discernimiento. El rechazo del pecado heredado (ḥet yirusha) dentro del judaísmo contrasta claramente con la antropología paulina. Para los lectores cristianos comprometidos con la doctrina del pecado original, los conocimientos obtenidos de la exégesis judía deben integrarse cuidadosamente, asegurándose de que no socaven los compromisos doctrinales centrales. El Nuevo Testamento afirma repetidamente la universalidad del pecado (Romanos 3:23) y la necesidad de la redención, temas que no pueden reducirse meramente a alienación social o fracaso ético.
Además, la literatura midráshica a menudo emplea expansiones imaginativas de la narrativa bíblica, combinando memoria histórica con reflexión teológica. Aunque estas expansiones son espiritualmente ricas, no pretenden representar relatos históricos estrictos. Por lo tanto, la historia de la unión secreta de Nitzevet con Isaí y la supuesta ilegitimidad de David debe considerarse un motivo teológico más que un hecho verificable. Para la teología cristiana, tales motivos sirven como lentes para explorar el tema de la elección divina, en lugar de como relatos definitivos de la historia.
No obstante, interactuar con estas tradiciones fomenta la humildad y una apreciación más profunda de las raíces judías de la fe cristiana. Nos recuerda que la obra redentora de Dios siempre se ha desarrollado dentro de contextos históricos concretos, a menudo de maneras que subvierten las expectativas y jerarquías sociales. Al situar la historia de David en su contexto interpretativo judío, los cristianos obtienen una comprensión más rica de cómo Dios eleva a los marginados—no solo en la historia de Israel, sino en última instancia en la persona de Jesucristo.
IV. David y Jesús: Una Comparación Teológica
A. El Rechazo Social como Motivo Teológico
La posibilidad de que David haya soportado la marginación de su familia y comunidad encuentra un paralelo sorprendente en el retrato del Nuevo Testamento sobre Jesús. Ambas figuras, aunque elegidas divinamente, fueron objeto de sospechas sociales respecto a sus nacimientos. En Juan 8:41, los opositores de Jesús declaran:
“Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios.”
Este es un insulto velado a las circunstancias de Su concepción. Tal acusación refleja el estigma que, según las tradiciones rabínicas, David pudo haber soportado, al percibirse el embarazo de su madre como cuestionable. Ambas narrativas subrayan un tema bíblico recurrente: Dios a menudo elige a individuos que la sociedad considera ilegítimos o indignos.
Este tema se extiende a lo largo de las Escrituras. José, el undécimo hijo de Jacob, fue despreciado por sus hermanos y vendido como esclavo, pero Dios lo elevó a una posición de poder en Egipto. Moisés, nacido bajo amenaza de infanticidio y criado en la casa de Faraón, huyó como fugitivo antes de convertirse en el libertador de Israel. La ascensión de David, de ser un pastor posiblemente marginado a rey de Israel, encaja dentro de este patrón de reversión divina. De manera similar, Jesús, nacido en la oscuridad de Belén y criado en Nazaret (“¿De Nazaret puede salir algo bueno?” – Juan 1:46), cumple esta trayectoria como la máxima expresión de la elección divina de los humildes.
B. Patrones Redentivos en la Marginación
Los paralelos entre David y Jesús van más allá de su rechazo social para abarcar sus roles como representantes del pacto. David, a pesar de su estatus cuestionable, se convirtió en el arquetipo del rey mesiánico. Su vida de sufrimiento, perseverancia y vindicación final prefigura los sufrimientos de Cristo. Sin embargo, mientras que la marginación de David fue eventualmente superada mediante su unción y coronación, el rechazo de Jesús culminó en la crucifixión—una humillación que, paradójicamente, se convirtió en el punto central de la redención.
Ambas figuras encarnan el misterio de la preferencia divina por los humildes y marginados. En Filipenses 2:7–8, Pablo escribe sobre Cristo:
“Sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo… y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”
Aquí, la aceptación voluntaria de la marginación por parte de Cristo se convierte en el medio por el cual redime a la humanidad del pecado. La historia de David, vista a través de este lente cristológico, anticipa el patrón de sufrimiento que conduce a la gloria—un patrón cumplido en la vida, muerte y resurrección de Jesús.
Además, ambas figuras demuestran que la elección divina no se conforma a los estándares humanos de legitimidad o valía. David fue el hijo olvidado; Jesús, el rabino incomprendido. Sin embargo, en ambos casos, los propósitos de Dios triunfaron sobre el estigma social, ilustrando que la redención a menudo comienza en los márgenes de la sociedad. Para los cristianos, este paralelo profundiza la apreciación de la identificación de Cristo con los excluidos y afirma el mensaje radical de inclusión del evangelio.
V. Conclusión
La tradición rabínica sobre el posible nacimiento cuestionable de David, aunque no se encuentra en las Escrituras canónicas, ofrece un lente profundo a través del cual contemplar su vida y su significado teológico. Al situar a David como una figura potencialmente marcada por la sospecha familiar y la marginación social, estas interpretaciones resaltan un motivo bíblico recurrente: la elección divina de los humildes. Desde los vientres estériles de Sara y Ana hasta el hijo olvidado de Isaí, la elección divina constantemente subvierte las jerarquías y expectativas humanas. La historia de David, por tanto, se convierte en un testimonio de la gracia de Dios, quien escoge lo que el mundo considera indigno para llevar a cabo sus propósitos redentores.
Esta perspectiva judía, sin embargo, debe ser entendida dentro de su contexto teológico. El rechazo del pecado heredado (ḥet yirusha) y la afirmación del bechirah chofshit (libre albedrío) moldean cómo los intérpretes judíos leen textos como el Salmo 51:5 y el Salmo 69:8. Estos pasajes se ven no como confesiones universales de depravación humana, sino como reflexiones de la experiencia personal de alienación social de David. En contraste, el cristianismo paulino entiende estos mismos textos dentro del marco del pecado original, viendo el lamento de David como expresivo de la condición caída compartida por toda la humanidad, heredada de Adán. Esta divergencia doctrinal subraya la importancia de las presuposiciones teológicas en la interpretación de las Escrituras.
No obstante, interactuar con la hermenéutica judía no amenaza la ortodoxia cristiana; más bien, la enriquece. Al apreciar las dimensiones históricas y culturales preservadas en la tradición rabínica, los cristianos obtienen una visión más completa del mundo en el que vivió David y de los factores que pudieron haber moldeado su salmodia. Estos conocimientos profundizan nuestra comprensión de las realidades emocionales y espirituales detrás de sus palabras, incluso mientras afirmamos la verdad revelada de la necesidad de la redención en Cristo.
Finalmente, los paralelos entre David y Jesús nos recuerdan que la marginación no es un obstáculo para el propósito divino, sino a menudo el contexto mismo en el que la gracia de Dios se revela con mayor plenitud. Ambas figuras demuestran que la elección divina opera según la sabiduría de Dios, no según las construcciones sociales humanas. Para los cristianos, esto culmina en el evangelio: Jesucristo, el mayor Hijo de David, se identificó con los marginados, soportó el rechazo del mundo y, a través de su muerte y resurrección, se convirtió en la piedra angular de la salvación. El escándalo de la historia de David encuentra su resolución última en el escándalo de la cruz.
Bibliografía
- Talmud Babilónico. Yevamot 76b–77a.
- Berajot 60b. Talmud Babilónico.
- Deuteronomio Rabá 2:24. Midrash Rabá.
- Midrash Tehillim sobre el Salmo 118.
- Telushkin, Joseph. Literatura Judía: Las cosas más importantes que saber sobre la religión judía, su pueblo y su historia. William Morrow, 2001.
- Agustín de Hipona. Confesiones. Traducido por Henry Chadwick. Oxford University Press, 1991.
- Pablo, Apóstol. Epístola a los Romanos. Santa Biblia, Versión Reina-Valera.
- Pablo, Apóstol. Epístola a los Gálatas. Santa Biblia, Versión Reina-Valera.
- Ezequiel 18:20. Santa Biblia, Versión Reina-Valera.
- Salmos 51, 69, 27. Santa Biblia, Versión Reina-Valera.
- Juan 8:41. Santa Biblia, Versión Reina-Valera.
- Filipenses 2:7–8. Santa Biblia, Versión Reina-Valera.
- Wright, N.T. Pablo y la fidelidad de Dios. Fortress Press, 2013.









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